A veces me canso de ser yo, tal vez más seguido de lo que
debería. En parte porque muchos días me levanto con ganas de ser otro, y me doy
cuenta de lo fácil que es seguir siendo el mismo; en parte porque ser el mismo
implica que ciertas situaciones se repitan ad
eternum. Hay tópicos sobre los que no hay mucho que decir, no sé ser hijo, seguramente
soy un mal hermano, ni qué decir de mi papel como novio… ¿Amigo? Tal vez en eso
no soy tan malo ¿Músico? Para no tener estudios sobre la materia, podría
hacerlo peor. ¿Profesor? Creo que son de las pocas cosas que alguna vez llegué
a hacer bien. ¿Historiador? Pues estoy en eso… ¿Creyente? No, soy demasiado
incrédulo. ¿Cristiano? Probablemente nunca sea tan bueno en esto como quisiera.
Sinceramente,
me preocupa muy poco mi falta de habilidades sociales, aunque hace un par de
años era algo que me atormentaba. Hoy sé que en las pocas cosas en las que soy
bueno, lo soy precisamente porque en las otras soy malo y no me importa. El
problema está en otro lado, en sentirme incapaz de hacer aquello que sé que
vale la pena, en que a pesar de rotundo fracaso que soy en muchas cosas, sigo
intentándolo e intentándolo, sabiendo que todo ese tiempo y energía podría en
cosas de mayor bien que luchar por alcanzar ese ideal del yo que, vaya Dios a
saber por qué, está metido en mi cabeza y mi corazón, y sé que bien podría
pasar toda mi vida en esta lucha, cuando se trata de un ideal inalcanzable.
Quizá este es el punto en el que puedo vivir en carne propia la verdadera
castración simbólica, la imposibilidad de acceder al más preciado objeto de mi
deseo, que en este caso, es mi otro yo, un yo que puede ser bueno en todas las
cosas en las que el Pedro de carne y hueso siempre falla.
Pero
las renuncias siempre cuestan trabajo, y en mi caso, por lo visto son procesos
que pueden durar años. Hay algunas naves que apenas estoy empezando a quemar,
pero otras parece que no son fáciles de incendiar, y por más precipitado que
pudiera ser, será necesario esperar a que por lo menos se sequen, o de lo
contrario nunca podrán arder. En el fondo todos estos cuestionamientos tienen
que ver con el hecho de que, tal vez mal citando a Pablo, la mayoría de las
veces no hago el bien que quiero, y termino haciendo el mal que no quiero. Sí,
no puedo acomodarme en ningún lugar, pero eso ya no lo lamento, sino que por el
contrario, doy gracias por ello. Lo que me preocupa es que, aunque no estoy
completamente instalado, tampoco me siento lo suficientemente libre para
peregrinar como sé que podría y debería de hacerlo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario