“A lo que ustedes aspiran como revolucionarios, es a un amo.
Lo tendrán...” Jacques Lacan
En los días pasados circularon un par de notas falsas del
diario satírico “El Deforma” que, si bien parecieran burlarse de ciertas
nociones del género, me parece que encierran las profundas contradicciones en
las nuestra militancia de izquierda suele incurrir. Y tal vez no se trata de
una simple incongruencia personal, sino que en el fondo, dándole la razón a
algunos psicoanalistas, pero también a Ignacio de Loyola, no sabemos lo que en
realidad deseamos.
La primera
de estas notas hacía referencia a una ruptura amorosa, donde el varón, tomando
la iniciativa, habría roto los convencionalismos de caballerosidad,
responsabilizándola del fracaso de la relación, e inclusive mencionándole que
estaba interesado en otra mujer, que básicamente “se le hacía más buena”. La
condena a este acto, en la nota ficticia, era fundamentalmente porque este
hombre había hablado con la verdad, pues
"A una verdadera dama siempre se le debe cortar con mentiras
piadosas...". Este diálogo, quizás falso e inventado, encierra una
profunda verdad que regula nuestras relaciones interpersonales: no siempre es
prudente hablar con la verdad, por el contrario, para funcionar como miembros
de una sociedad, estamos obligados a mentir en nuestra vida diaria. Una de las
cosas que me parecen más fascinantes de esto es que la noción de “mentira
piadosa” nos remite a un antecedente religioso para ello, siendo éste término
la justificación ante un pecado; al mandamiento “no mentirás” no es necesario
suprimirlo, pues al menos en idioma castellano basta con agregar una coma
cuando nuestro impulso de hablar siempre con la verdad nos puede meter en
situaciones incómodas para transformar el mandato divino en la voz de nuestro
super-ego: “No, mentirás”. Pero la verdad contenida en una nota “de mentiras”
no se queda ahí, pues la norma que define cuando mentir y cuando decir la
verdad, en este caso, es una distinción de género: Entre hombres podemos
hablarnos con la verdad, pero frente a las mujeres, vale más mentir sobre
algunos temas.
La segunda
noticia hacía referencia a la situación ideal de todo anti-feminista
reaccionario. Una mujer “feminista” habría “renunciado a sus ideales” tras
verse obligada a compartir con su pareja la cuenta de un restaurante. El texto,
que en mi opinión abusa de un estereotipo que no puedo negar en su totalidad
–la mujer que no busca derechos sino privilegios– pone de relieve una situación
paradójica que seguramente muchas mujeres deben enfrentar desde su
subjetividad: la emancipación implica renunciar a todo trato especial. Sin
embargo, este no es un asunto exclusivo de las mujeres, ni siquiera de las
feministas.
En el
relato bíblico del éxodo, los israelitas, el pueblo al que el Dios bíblico
liberó de la esclavitud en Egipto, no tardaron en rebelarse contra su líder,
Moisés, por una razón muy sencilla: “Estábamos mejor en Egipto”. Los esclavos
liberados llegaron a indignarse ante la realidad que como hombres libres debían
hacer frente, pues antes de llegar a la “tierra prometida” debían de atravesar
un inmenso desierto, en el que vagaron por “40 años”. Este relato apunta una
realidad sumamente cruda que probablemente no estamos dispuestos a aceptar: ser
libres no necesariamente nos hará vivir más felices. ¿Cuántos de nosotros no
hemos anhelado regresar a nuestros años de infancia? Entonces no teníamos
responsabilidades y los adultos nos cuidaban, seguramente nuestra vida era más
feliz. Pero seamos sinceros, la infancia nos remite a una persona que es
contada en los censos, pero que carece de los derechos de un ciudadano, además,
hay personas que pueden decidir su vida, y no son capaces de tomar decisión
alguna sin el consentimiento de éstas figuras de autoridad; esta es la etapa de
nuestra vida en la que posiblemente, hemos tenido menos libertad.
La
paradoja de Bauman no puede ser más clara: la seguridad es inversamente
proporcional a la libertad. Y en este punto, estamos condenados a tener que
decidir: ¿Queremos estar seguros o queremos ser libres? No dudo que para muchas
mujeres, como se narra en esta nota falsa, la tradición patriarcal ofrezca en
mayor o menor medida la seguridad que una sociedad de iguales nunca podrá
brindar, pero quedarnos ahí implicaría ver la paja en el ojo ajeno y no la vida
en el propio. ¿Cuántos de nosotros hemos renunciado a estudiar la carrera que
realmente nos gustaría ejercer por dedicarnos a algo que nos daría seguridad
económica? ¿Cuántas veces nos hemos quedado callados ante situaciones
abiertamente injustas, por no perder nuestro trabajo, por no escandalizar a
nuestros hermanos creyentes, o por no hacer sentir mal alguien?
En la
primera de las alucinaciones que le llevaron a acercarse al psicoanálisis,
Gregorio Lemercier, abad del monasterio benedictino de Cuernavaca en los años
60 y 70, relata haber tenido una auténtica experiencia mística, que lo llevó a
decir: “Dios, pídeme lo que quieras”, pero según escribió, no tardó en
recapacitar, temiendo que el Señor le tomara la palabra. En distintas
dimensiones, esta situación nos interpela a menudo. Decimos que deseamos muchas
cosas, porque en el fondo sabemos que no habrán de ocurrir: Una sociedad de
hombres y mujeres iguales, sin racismo, sin discriminación, hasta sin
capitalismo… El problema es que cuando estos deseos amenazan con
materializarse, nuestra reacción es de miedo, y se vuelve evidente el hecho de
que no estamos dispuestos a llevar estos deseos hasta sus últimas
consecuencias.
Es muy fácil decir que deseamos la caída
del patriarcado, pero en el caso de las mujeres ¿están dispuestas a renunciar a
las comodidades que implican que los caballeros les abran las puertas, les
cedan el paso, paguen sus cuentas, y que sean ellos quienes tomen siempre la
iniciativa a la hora de una relación? Y en el caso de los hombres ¿estamos
listos para compartir nuestras vidas con mujeres que no se arreglen para verse
bonitas, que en ocasiones tengan mejores empleos que nosotros, que expresen su
sexualidad con la misma libertad que nosotros lo hacemos, y que tomen la
iniciativa para iniciar, consumar o terminar una relación? No hay nada de malo
en que esto nos asuste, pero si decidimos tomar la píldora roja –como en la
memorable escena de The Matrix–, más vale que estemos dispuestos a asumir las
consecuencias de nuestros deseos. Personalmente, pienso que el patriarcado
también nos oprime a los hombres (ya escribí antes sobre esto), y desde mi
propia experiencia, sé que otro mundo es posible. De lo contrario, la profecía
lanzada por Lacan a los estudiantes de 1968 se cumplirá, y nuestra perspectiva
de género quedará limitada a un patriarcado con rostro humano, donde el amo (el
caballero) sea bueno con su posesión (la dama), sin perder de vista que, como
dijo Pierre Borudieu en "La dominación masculina", los dominadores se
encuentran dominados por su propia dominación.
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