Los análisis post-electorales, de los que ya casi nadie se
acuerda, apuntaron un dato interesante con respecto a los votos a favor del
PRI, y es que fueron inversamente proporcionales al nivel educativo. Es decir,
mientras la gente con más estudios le apostó a lo más parecido a una izquierda
que tenemos en nuestro país, o uno que otro se adhirió a la pegajosa frase: “mi
gallo es gallina, y se llama Josefina”, la gente que uno pensaría que está más
necesitada de cambio, ese “México profundo” del que hablaba Guillermo Bonfil
Batalla, ese “pueblo” a nombre del que habla AMLO, y que por el simple hecho de
ser “el pueblo”, “nunca se equivoca”, votó por nuestro enemigo público número
uno.
Esto ha
traído severos problemas para ambos bandos. A la izquierda intelectualoide le
dio por calificar como traidores a quienes “vendieron su voto” por una despensa
o una tarjeta de Soriana, y hasta por burlarse de ellos; y es que nada da más
coraje que estar hablando a nombre “del pueblo” (que aclaro, en mi opinión no
existe), y que cuando el pueblo por fin externe su opinión (si es que a tachar un
papel le llamamos ejercicio democrático) nos contradiga.
Pero sobre todo, este proceso
electoral dejó al régimen sin intelectuales. Aún con el escaso IQ de Vicente Fox
y su facilidad para decir estupideces, o lo dudoso del proceso por el cual
Felipe Calderón llegó a la presidencia, existían personajes con una importante
trayectoria académica –aunque a muchos nos puedan caer mal– con argumentos sumamente
incisivos para legitimar el régimen. Solo doy un ejemplo: la libertad de
expresión alcanzada después del año 2000, por ejemplo, era, según Krauze, comparable
con la alcanzada durante el período en el que Francisco I. Madero, y había que
tener cuidado de hacer un uso responsable de la misma, pues corríamos el riesgo
de sabotear al nuevo régimen como había ocurrido con el apóstol de la
democracia. Podríamos también mencionar a gente de la talla de Jorge Castañeda,
o a la misma Denisse Dresser, quienes en su momento consideraron a Acción Nacional,
ya si no como la mejor opción, por lo menos como el menor de los males. Hasta
el momento, debo decir que la única apologética del IFE que me ha llegado a “convencer”
es la de José Woldenberg, quien con algo de razón, ha señalado que este es el
único mecanismo con el que contamos para elegir “democráticamente” a nuestros
representantes, y que más que su funcionamiento, lo que urge repensar es si un
régimen presidencialista responde a las necesidades de la actualidad.
Pero defender al PRI es como
alguien diría de en su momento de Cuba, defender lo indefendible. Sin embargo,
algo hay que alegarle a esa gente revoltosa que solo busca pretextos para
quejarse de todo, para no trabajar (aunque en el fondo sabemos que muchos de
los manifestantes trabajan más que el promedio) y/o para ver siempre lo
negativo de las coas. Y como el tan socorrido “el cambio está en uno mismo”,
transfigurado en un “ser ciudadano de tiempo completo”, que a su vez se traduce
en un: "se hace más no dando mordidas, limpiando la banqueta y siendo amable y
honesto con todos, que saliendo a las calles a manifestarse", se ha desvirtuado gracias
a las redes sociales, que utilizan la primera de las frases para burlarse de la
gente conservadora o reaccionaria, resulta urgente pensar en argumentos
certeros que sirvan, o para justificar el que todo siga igual, o mínimo para aparentar
que somos bien progres, cuando en realidad solo nos interesa que nuestra vida
siga tranquila y feliz, total ¿es por lo que hemos trabajado tanto, no? Aquí van
algunos puntos con los que podrá discutir con estos parásitos.
1) Apele a Dios. Si sus discusiones son en ámbitos
religiosos, puede con toda tranquilidad apelar a Dios, a la virgencita o a la
Biblia, pues dependiendo del caso, ellos no pueden equivocarse. “Dar al César
lo que es del César” o “toda autoridad ha sido dada por Dios” son un par de citas
bíblicas que lo podrán convertir en todo un teólogo conservador amateur.
2) Apele al pueblo o a la nación. Si se mueve
en ámbitos seculares, apelar a Dios puede no funcionar, así que hay que pensar
en otras instancias. Los pensadores del siglo XIX inventaron dos términos que
le quitaron el poder a Dios sobre el Estado y se lo dieron a otras entidades,
hasta ese momento inexistentes, pero que en el discurso funcionan a la
perfección: “la nación” y “el pueblo”. No nos hagamos tontos, el pueblo, como
fue retratado por los pintores de las décadas posteriores a la revolución francesa no existe, y
atribuirle deseos y acciones a una masa heterogénea de personas, que en
ocasiones ni siquiera hablan el mismo idioma, es sumamente absurdo. Y tan es
así, que es necesario educar por al menos 9 años a la gente, contándole cuentos
chinos sobre los héroes que dieron su vida por la libertad, para que se sientan
parte de la “nación”. Pero eso no importa, lo importante es que, como la
mayoría creemos que el pueblo existe, podemos hablar en su nombre. “El pueblo
decidió en las urnas, y ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlo?, si lo
hacemos sería ser antidemocráticos, pues trataríamos de imponer la opinión de
las minorías sobre la de las mayorías”… Este argumento funciona de maravilla.
Además, cuando la gente molesta se manifieste y dañe los edificios, recuerde
que están lastimando “el patrimonio de la nación”.
3) La unidad ante todo. Si algo nos enseñó el PRI,
bendecido por varias iglesias y alabado por las masas de trabajadores y
campesinos a quienes les dio chamba y tierras, es que la unidad de la nación
debe estar por encima de todo, y no debemos de dejar que las “ideologías” nos
dividan. Por eso eran malos los sinarquistas, los panistas, los comunistas, y
todas esas cosas que no miraban lo que nos une como mexicanos, sino que
sembraban diferencias y discordias. Era tanto el daño que hacían que hasta se
legisló sobre el delito de “disolución social”, y que a muchos de ellos, con
todo el pesar de su alma, hubo que matarlos. Acuérdese que tener una sociedad “dividida”
y “polarizada” es malo, así que basta con acusar a cualquier adversario político
de sembrar la discordia para descalificarlo. “¿Por qué mejor en vez de estar viendo
lo negativo y buscando como sabotear los proyectos modernizadores, no apoyan
las decisiones del gobierno, que a fin de cuentas nos van a beneficiar a todos?”
4) Piense en la familia y en los niños. La familia
es la unidad básica y el núcleo de la sociedad. No les haga caso a los
historiadores y antropólogos que dicen que el modelo hegemónico de familia es
un invento de la modernidad capitalista, usted sabe muy bien que esta fue
establecida por Dios, o si no es creyente, que es producto de millones de años
de evolución, sabiduría de la naturaleza. Y como Dios y la madre naturaleza son
más o menos lo mismo, y ni se equivocan ni los podemos cuestionar, nuestra
obligación es preservar ese núcleo sagrado ante las perversiones de la
modernidad/posmodernidad. ¿Qué tiene que ver esto con la política? Mucho… Por
si no se ha dado cuenta, toda la gente que está en contra del gobierno, esos
revoltosos que no trabajan ni quieren a su país, casi siempre están a favor de
leyes que atentan en contra de la familia: Matrimonios homosexuales, aborto, reconocimiento
de los transgénero, igualdad y /o equidad entre hombres y mujeres, feminismo, y
demás barbaridades. Si así han logrado lo que han logrado, hasta en Italia
donde vive el papa, ¿imagínese que pasaría si llegaran al poder en México?
Porque los sociólogos que han demostrado que una pareja homosexual no
necesariamente criará un hijo gay están mintiendo, seguramente son igual de
jotos, así como los psicólogos que hace unas décadas quitaron la homosexualidad
de catálogo de patologías de la APA. Basta con un testimonio conmovedor de un
buen creyente convertido para demostrar todo lo contrario, y si no cree en
Dios, basta con apelar a lo “normal” para argumentar por qué todas esas cosas no
deben de existir. “Al rato hasta se va a legalizar que un hombre pueda casarse
con su perro…”.
5) Búrlese y sea sarcástico. Sí, el sarcasmo no es
monopolio de la izquierda, sino que se trata de un patrimonio de la humanidad,
y podemos usarlo a nuestra conveniencia. “Está mal ofender a un joto, pero
nadie dice nada si ofendemos al papa”; esa si usted habla con gente católica. “Yo
soy bien intelectual, por eso no veo el fut ni el box…” y de paso llámele “malinchista”
o “malas vibras” a los que no apoyan al equipo local (especialmente si el dueño
es un político), a la selección nacional de futbol o al Canelo. Acuérdese que
apoyar los deportes es una forma de demostrar que se es bien mexicano, y si uno
desde la televisión de su casa les tira malas vibras, puede hacerlos que
pierdan… (con esto de paso le puede echar la culpa a los revoltosos de las
tragedias deportivas). “Detrás de esto hay una conspiración de las mafias para
distraer al pueblo y adueñarse de sus riquezas…” Claro, toda la gente de
izquierda cree en las teorías de la conspiración, y burlándose a priori de eso
puede demostrarle quién está en lo correcto.
6) Sea cínico. Todos en este mundo tenemos que
superarnos, todos luchamos por ser felices, por tener una familia bonita y
todas esas cosas que siempre soñamos. Si nos distraemos pensando en el
bienestar de gente que ni conocemos, pero que vive en colonias donde asaltan,
violan y matan, no vamos a llegar a ningún lado, y lo peor de todo, ni nos lo
van a agradecer. Lo mejor de vivir en una sociedad capitalista es que uno puede
llegar tan lejos como se lo proponga, y quien opina lo contrario es porque es
un amargado, un flojo o un comunista. El trabajo, el esfuerzo y demás, tarde o
temprano son premiados, ya sea por Dios o por su mano invisible. Pero claro, si
un amigo político o síndico nos hecha la mano, las cosas van a hacerse más
rápido; el nepotismo y el tráfico de influencias son de esas cosas tan fáciles
de ocultar que si no quiere ser cínico en su apoyo al régimen no tiene por qué
serlo, y ni siquiera tiene que mentir. Pero si quiere serlo, puede crear toda
una argumentación alrededor de “el PRI roba pero deja robar” y transfigurarlo
en “el PRI era una democracia perfecta, porque había para todos”.
7) Sea objetivo. Las ideologías y tomar partido por
una opción política contamina la objetividad que un buen observador de la
realidad debe de tener, aún y cuando no haya estudiado para eso ni lo haga como
parte de su trabajo. Eso no es importante, lo importante es que cuando uno está
“Más allá del bien y del mal” (si cita a Nietszche lleva las de ganar), o “fuera
y por encima de toda política” (aquí la referencia es al papa León XIII, pero
puede citar al papa que sea), se encuentra en la posibilidad de criticar y
descalificar a todos los “ismos” sin argumentar otra cosa que: es que es comunista,
es izquierdista, es anarquista, es feminista, es perredista, es 132, es
zapatista… Y lo mejor, no lo pueden acusar de priista, porque usted no es
ninguna cosa, y basta fingir objetividad para opinar lo que sea. Este argumento
es de especial utilidad si usted es sacerdote o pastor, y lo acusan de meterse
en política o de tomar partido.
8)
¿Ya mencionamos al pueblo? No lo suficiente, y
es que en Estados Unidos, que cuando nos conviene es el modelo a seguir y
cuando no es el imperio que nos oprime, en el siglo XIX, un presidente (realmente
no importa quién fue) dijo una vez que “cada pueblo tiene el gobierno que
merece”. Esta es infalible, porque ni siquiera tiene aparentar ser optimista o
estar a favor del gobierno, solo basta con echarle la culpa al pueblo para
anular toda posibilidad de cambio o acción política. Los ejemplos cotidianos
son lo mejor, la mordida, el dar mal el cambio, el pasarse el alto, el no
respetar el lugar de los discapacitados… El gobierno que tenemos solo es un
reflejo de nosotros, y aquí encaja cualquier cita de “El laberinto de la Soledad”
del gran Octavio Paz. Si quiere ir más lejos, puede argumentar que la sociedad
es la suma de los individuos, y que por lo tanto, es en manos de los individuos
donde radica la posibilidad de cambio, ergo, si estos individuos no quieren que
haya cambio, porque son conformistas o están contentos como viven, no podemos
hacer nada. Esta es una manera elegante de disfrazar la famosa “el cambio está
en uno mismo”, y lo dejan completamente libre de desinteresarse de la política,
pero sin parecer apático. Este argumento es especialmente útil cuando se quiere
cerrar una conversación.
9)
Póngase como ejemplo. El éxito y el progreso son
posibles para todos, y seguramente usted puede ser un ejemplo de ello, y habrá
muchos más en su familia. Relate cómo, sin andarse con cosas, sino a partir de
trabajo, esfuerzo, ahorro -y dependiendo de quienes lo escuchen, bendiciones de
Dios-, ha logrado llegar muy lejos. Tenga cuidado de no decirlo de manera muy
directa, porque lo pueden acusar de estar presumiendo: mejor diga que ha
obtenido lo suficiente para darle a sus hijos y su familia todo lo que usted no
tuvo. Aquí la conclusión más importante, aunque debe cuidar de llegar a ella
con tacto es: “los pobres son pobres porque quieren” y “el gobierno no tiene
nada que ver con nuestras vidas, para que preocuparnos por eso”… Las mejores
condiciones para presentarse como ejemplo es teniendo un empleo donde su
sueldo, contrato y prestaciones provienen directamente del Estado, porque así
tiene la vida resuelta, y obviamente le resulta incomprensible que la gente se
manifieste. Si no quiere parecer cínico, tenga cuidado de no dar indicios de
que además del esfuerzo personal, el nepotismo o el tráfico de influencias fueron
factores en la obtención de su plaza.
10)
Haga obras de caridad. Esto solo es la cereza en
el pastel que le dará la posibilidad de reforzar la autoridad moral con la que
habla, y sobre todo, la prueba de que estar preocupado por los que menos tienen
y defender el Status Quo no están peleados. Al contrario, es la demostración
empírica de que, si a unos nos va bien, nos irá bien a todos. De preferencia
no se limite a la caridad, sino que haga lo posible por que los destinatarios
de su ayuda reciban también lecciones de cómo ser emprendedores, y que la clave
para “salir de pobres” no está en la política, ni en las manifestaciones, sino
en “uno mismo”, en trabajar duro.
Con estos sencillos pasos, usted le demostrará al mundo que
se puede ser culto, progresista, y un férreo defensor del Status Quo y del
régimen vigente, en este caso priista, pero puede adaptarse a cualquiera con
mínimos cambios. Además, le brindará horas de diversión discutiendo con sus
amigos o familiares intelectualoides, hipsters, 132, maestros revoltosos, o
demás alimañas que nos hacen llegar tarde al trabajo, que amenazan con no
dejarnos dar el grito o nos critican por apoyar a la selección nacional o al
Canelo. Total, mientras uno y su familia estén bien ¿por qué preocuparnos por
lo demás?
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