Las movilizaciones magisteriales, los desalojos y la
violencia han logrado, para variar, “polarizar a la sociedad mexicana”; y es
que para unos son héroes que luchan por nuestros derechos y en contra del mal
gobierno, y para otros unos huevones que no quieren que los evalúen. El asunto
es que la ola de manifestaciones, violencia y represión ha sacado a relucir
toda una serie de desigualdades que existen en nuestra sociedad, aún entre
ciertas masas que solemos ver como homogéneas, en las clases populares y en las
clases medias.
¿Qué es
lo que defienden los profesores del CNTE? En el fondo, me parece que esta es
una reacción propia de quienes viven de lo que queda de un Estado de bienestar,
donde es precisamente el Estado quien garantiza el “pleno empleo” de sus
trabajadores, ante una reforma que busca liberalizar el mercado y dejarlos en
la incertidumbre laboral, con el fin de “mejorar” la educación (cualquier cosa que
eso pueda significar). No sé si todos lo veamos de esta manera, pero esta lucha
laboral ha hecho visible la profunda desigualdad que existe entre las clases
medias: quienes trabajan para el Estado y pertenecen a un sindicato tienen
garantizado trabajo, salud y jubilación, es decir, gozan de un pleno empleo y
no quieren perderlo, pero estos “derechos” son algo que muchos ni siquiera
aspiramos a conocer. Para quienes no entramos en esta esfera, nos ha tocado
ganarnos la vida a expensas del mercado (no lo digo victimizándome, pues desde
mediados de la licenciatura he tenido la oportunidad de trabajar en cosas
vinculadas con mi carrera, pero nunca ha pasado cerca de mi vista un contrato
permanente), y como diría un amigo con quien platiqué ayer, nos resulta muy difícil
ser totalmente empáticos con su lucha.
En la
declaración universal de los DDHH se menciona que el trabajo es un derecho
universal e inalienable, pero muchos de nosotros no lo vemos así, para nosotros
el trabajo es un privilegio limitado que hay que cuidar, no porque estemos de
acuerdo con eso, sino porque así lo hemos vivido. Y esto nos lleva a un dilema:
Si los maestros defienden sus “derechos”, ¿por qué no todos los tenemos? ¿Y si
lo que los profesores del CNTE no fueran sus derechos sino sus privilegios,
pues solo unos cuantos tiene acceso a un empleo de ese tipo? ¿No sería entonces
la desarticulación de los sindicatos Estatales un acto de homogenización, y de
que todos en las clases medias seamos igualmente vulnerables al mercado? ¿Y no
es la igualdad uno de los objetivos últimos de la ideología liberal, de la que
tanto nos gusta colgarnos a la hora de narrar la historia? ¿No buscaban los
liberales del siglo XIX, como el pastorcito de Oaxaca, acabar con los
privilegios de la iglesia y del ejército, y reducirlos a la misma condición de
ciudadanos? ¿No eran los conservadores, los malos de la historia, quienes
defendían el corporativismo?
Y
siguiendo con la lógica de acabar con los privilegios ¿Qué hay de los
impuestos? ¿No obedecen a la misma lógica? Personalmente no me he puesto a
echar diablos sobre el tema por una razón de mera congruencia, cuando trabajaba
como profesor pagaba un porcentaje considerable de impuestos a la quincena, no
en declaración sino por deducción, y la razón por la que no me quejé de ello es
porque antes había vivido del Estado, cuando era becario del Colef y del SIN, y
sabía que volvería a una condición similar en mis estudios de posgrado, así que
como dicen por ahí, unas por otras. El asunto es que esta traducción visible e
inmediata de los impuestos no está al alcance de todos, y al igual que ocurre
con los precios del petróleo, sabemos que no se van a traducir en un beneficio
inmediato para los contribuyentes. El tasar nuevos productos con el IVA y
homologar este impuesto en la frontera bien puede verse como una forma de
acabar con el “privilegio” que muchos malos mexicanos tienen de no pagar
impuestos, y de que las pobres clases medias no sigan cargando con todo el peso
de la contribución.
Pero no
nos hagamos tontos, porque hasta entre los perros hay razas. Quienes forman
parte de los partidos políticos y del núcleo más duro del aparato estatal, de
aquellas instancias innegociables, como la seguridad, no quedarán vulnerables
al mercado, a ellos hay que tenerlos contentos. Ni qué decir de nuestra “clase
política”, donde para ser “representante” del “pueblo” ni siquiera hay un
mínimo de estudios, o donde el poder ejecutivo puede elegir a discreción a su
gabinete sin consultarlo con nadie y sin que nadie los evalúe. Por otra parte, quisiera
ver al Estado mexicano exigiéndole a las más grandes empresas nacionales o trasnacionales
una contribución fiscal proporcional a sus ganancias, o ya cuando menos
cobrándoles sus adeudos de servicios públicos, o un manejo responsable de sus
desechos, pero sé que eso no va a pasar, porque la igualdad es para el “pueblo”,
y los privilegios se le quitan a quienes se les pueden quitar, porque sabemos
muy bien que si se entorpece el derecho de los empresarios a lucrar de manera ilimitada,
con la mano en la cintura se pueden largar a un país donde si se les respete
eso, China por ejemplo, gobernada por un partido comunista pero al mismo tiempo
un paraíso para el capitalismo; y si se van, nos dejarán con una masa de
desempleados a los que no será posible darles trabajo.
Tal vez
sea el momento no solo de actuar y reaccionar, sino también de repensar las
razones de nuestras luchas y nuestras críticas, y por qué no, de romper un poco
nuestra burbuja nacional. Y con esto me refiero a que “México debe voltear al
exterior para crecer”, sino a que muchos de los problemas que estamos
enfrentando no son exclusivos de nuestra amada patria. Los crecientes
escándalos de espionaje gubernamental en Estados Unidos y la política exterior
de Obama con respecto a medio oriente, sumándole los problemas económicos que
este país tiene al interior, nos están mostrando que la tierra de la libertad y
la democracia bien pueden ser una ficción que nunca existió, y las luchas de
medio oriente podrían enseñarnos que la lucha contra los gobiernos autoritarios
es una lucha global. El problema sigue siendo la enorme desigualdad, pues desde
este lado del mundo, las luchas de países como Grecia o España con motivo de la
crisis económica nos pueden resultar incomprensibles, pues los “derechos” que
estos europeos buscan defender, para nosotros no son sino privilegios de nacer
en el primer mundo, pues muchos de nosotros nunca tendremos acceso a sus niveles
de consumo. ¿Podemos encontrar soluciones a todo esto dentro de la democracia procedimentalista
y el liberalismo económico, tal y como los conocemos ahora? ¿Es resucitar el
viejo Estado de bienestar la única respuesta, o es necesario desarticularlo en
su totalidad? Tengo mis dudas, y creo que uno de los mayores desafíos es
repensarnos en todas estas dimensiones, al tiempo que cuidamos lo que queda de lo
que deberían de ser nuestros derechos fundamentales, cuyos principales enemigos
parecen estar dentro de esa instancia que supuestamente inventamos para defenderlos,
el Estado.
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