lunes, 16 de septiembre de 2013

Derechos para unos, privilegios para otros, impuestos para casi todos

Las movilizaciones magisteriales, los desalojos y la violencia han logrado, para variar, “polarizar a la sociedad mexicana”; y es que para unos son héroes que luchan por nuestros derechos y en contra del mal gobierno, y para otros unos huevones que no quieren que los evalúen. El asunto es que la ola de manifestaciones, violencia y represión ha sacado a relucir toda una serie de desigualdades que existen en nuestra sociedad, aún entre ciertas masas que solemos ver como homogéneas, en las clases populares y en las clases medias.
                ¿Qué es lo que defienden los profesores del CNTE? En el fondo, me parece que esta es una reacción propia de quienes viven de lo que queda de un Estado de bienestar, donde es precisamente el Estado quien garantiza el “pleno empleo” de sus trabajadores, ante una reforma que busca liberalizar el mercado y dejarlos en la incertidumbre laboral, con el fin de “mejorar” la educación (cualquier cosa que eso pueda significar). No sé si todos lo veamos de esta manera, pero esta lucha laboral ha hecho visible la profunda desigualdad que existe entre las clases medias: quienes trabajan para el Estado y pertenecen a un sindicato tienen garantizado trabajo, salud y jubilación, es decir, gozan de un pleno empleo y no quieren perderlo, pero estos “derechos” son algo que muchos ni siquiera aspiramos a conocer. Para quienes no entramos en esta esfera, nos ha tocado ganarnos la vida a expensas del mercado (no lo digo victimizándome, pues desde mediados de la licenciatura he tenido la oportunidad de trabajar en cosas vinculadas con mi carrera, pero nunca ha pasado cerca de mi vista un contrato permanente), y como diría un amigo con quien platiqué ayer, nos resulta muy difícil ser totalmente empáticos con su lucha.
                En la declaración universal de los DDHH se menciona que el trabajo es un derecho universal e inalienable, pero muchos de nosotros no lo vemos así, para nosotros el trabajo es un privilegio limitado que hay que cuidar, no porque estemos de acuerdo con eso, sino porque así lo hemos vivido. Y esto nos lleva a un dilema: Si los maestros defienden sus “derechos”, ¿por qué no todos los tenemos? ¿Y si lo que los profesores del CNTE no fueran sus derechos sino sus privilegios, pues solo unos cuantos tiene acceso a un empleo de ese tipo? ¿No sería entonces la desarticulación de los sindicatos Estatales un acto de homogenización, y de que todos en las clases medias seamos igualmente vulnerables al mercado? ¿Y no es la igualdad uno de los objetivos últimos de la ideología liberal, de la que tanto nos gusta colgarnos a la hora de narrar la historia? ¿No buscaban los liberales del siglo XIX, como el pastorcito de Oaxaca, acabar con los privilegios de la iglesia y del ejército, y reducirlos a la misma condición de ciudadanos? ¿No eran los conservadores, los malos de la historia, quienes defendían el corporativismo?
                Y siguiendo con la lógica de acabar con los privilegios ¿Qué hay de los impuestos? ¿No obedecen a la misma lógica? Personalmente no me he puesto a echar diablos sobre el tema por una razón de mera congruencia, cuando trabajaba como profesor pagaba un porcentaje considerable de impuestos a la quincena, no en declaración sino por deducción, y la razón por la que no me quejé de ello es porque antes había vivido del Estado, cuando era becario del Colef y del SIN, y sabía que volvería a una condición similar en mis estudios de posgrado, así que como dicen por ahí, unas por otras. El asunto es que esta traducción visible e inmediata de los impuestos no está al alcance de todos, y al igual que ocurre con los precios del petróleo, sabemos que no se van a traducir en un beneficio inmediato para los contribuyentes. El tasar nuevos productos con el IVA y homologar este impuesto en la frontera bien puede verse como una forma de acabar con el “privilegio” que muchos malos mexicanos tienen de no pagar impuestos, y de que las pobres clases medias no sigan cargando con todo el peso de la contribución.
                Pero no nos hagamos tontos, porque hasta entre los perros hay razas. Quienes forman parte de los partidos políticos y del núcleo más duro del aparato estatal, de aquellas instancias innegociables, como la seguridad, no quedarán vulnerables al mercado, a ellos hay que tenerlos contentos. Ni qué decir de nuestra “clase política”, donde para ser “representante” del “pueblo” ni siquiera hay un mínimo de estudios, o donde el poder ejecutivo puede elegir a discreción a su gabinete sin consultarlo con nadie y sin que nadie los evalúe. Por otra parte, quisiera ver al Estado mexicano exigiéndole a las más grandes empresas nacionales o trasnacionales una contribución fiscal proporcional a sus ganancias, o ya cuando menos cobrándoles sus adeudos de servicios públicos, o un manejo responsable de sus desechos, pero sé que eso no va a pasar, porque la igualdad es para el “pueblo”, y los privilegios se le quitan a quienes se les pueden quitar, porque sabemos muy bien que si se entorpece el derecho de los empresarios a lucrar de manera ilimitada, con la mano en la cintura se pueden largar a un país donde si se les respete eso, China por ejemplo, gobernada por un partido comunista pero al mismo tiempo un paraíso para el capitalismo; y si se van, nos dejarán con una masa de desempleados a los que no será posible darles trabajo.

                Tal vez sea el momento no solo de actuar y reaccionar, sino también de repensar las razones de nuestras luchas y nuestras críticas, y por qué no, de romper un poco nuestra burbuja nacional. Y con esto me refiero a que “México debe voltear al exterior para crecer”, sino a que muchos de los problemas que estamos enfrentando no son exclusivos de nuestra amada patria. Los crecientes escándalos de espionaje gubernamental en Estados Unidos y la política exterior de Obama con respecto a medio oriente, sumándole los problemas económicos que este país tiene al interior, nos están mostrando que la tierra de la libertad y la democracia bien pueden ser una ficción que nunca existió, y las luchas de medio oriente podrían enseñarnos que la lucha contra los gobiernos autoritarios es una lucha global. El problema sigue siendo la enorme desigualdad, pues desde este lado del mundo, las luchas de países como Grecia o España con motivo de la crisis económica nos pueden resultar incomprensibles, pues los “derechos” que estos europeos buscan defender, para nosotros no son sino privilegios de nacer en el primer mundo, pues muchos de nosotros nunca tendremos acceso a sus niveles de consumo. ¿Podemos encontrar soluciones a todo esto dentro de la democracia procedimentalista y el liberalismo económico, tal y como los conocemos ahora? ¿Es resucitar el viejo Estado de bienestar la única respuesta, o es necesario desarticularlo en su totalidad? Tengo mis dudas, y creo que uno de los mayores desafíos es repensarnos en todas estas dimensiones, al tiempo que cuidamos lo que queda de lo que deberían de ser nuestros derechos fundamentales, cuyos principales enemigos parecen estar dentro de esa instancia que supuestamente inventamos para defenderlos, el Estado.

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