martes, 20 de mayo de 2014

Contemplar para alcanzar el amor

Este ha sido un semestre de transición. Dejar de ser estudiante de tiempo completo para ser arrojado al mundo del que hace poco más de dos años salí huyendo. No por falta de vocación o convicción, sino porque nadar a contracorriente no es suficiente para cambiar el mundo, o porque no siempre estamos listos para llevar nuestros deseos hasta sus últimas consecuencias. Ahora estoy por imprimir mi tesis y presentar mi examen de grado. A pesar de que estudiar en esa maestría estuvo lejos de ser una decisión pensada y discernida, los frutos han sido y son buenos. Aunque el primer año fue de escepticismo, al final me di cuenta de que hay una dosis de vocación académica a la que no puedo renunciar, porque en muchos sentidos "ya no puedo ser otra cosa" que no sea ser profesor e historiador.

Pero soy menos ingenuo. Las experiencias laborales y académicas que he vivido desde que egresé de la licenciatura me han llevado a pensar que la verdadera opción no es ser un profesionista exitoso o uno mediocre, sino en la posibilidad de acumular los frutos del trabajo para mí y para unos cuantos (capital económico, social, cultural...), o compartirlo con otros, hasta el punto de no tener nada propio. Cada día reafirmo que, como decía Walter Benjamin, la historia es una catástrofe, no solo "La Historia", sino también mi historia; textos sin terminar, relaciones interrumpidas, ausencias, crisis de fe y de vocación, desolaciones, injusticias que he presenciado, de las que he sido cómplice (casi siempre por omisión), y una que otra vez, víctima. Esa sensación agria de que, no importa cuanto hagas, nunca será suficiente, pero que a su vez sintoniza los deseos con la oración del publicano y no con la del fariseo, que sintiéndose bendecido, no hace sino dar gracias a Dios por su felicidad.

Pero de entre las ruinas de esa catástrofe que es la historia se asoma la redención, una redención que solo es posible por medio del amor. Un amor que lejos de complementarnos y equilibrarnos, trastorna nuestro universo y nos mueve a tomar decisiones absurdas y a dirigirnos hacia lugares inesperados. Un amor que nos aparta de nuestro camino hacia lo sagrado y nos invita a hacernos cargo de vidas que a veces no encajan en nuestra noción de humanidad. Un amor que sabe sentirse agradecido no solo por los frutos dulces que en abundancia nos enferman, sino también por esa dosis de indignación, inconformidad que, cuando nuestras manos y pies están atados, nos lleva por lo menos a gritar a todo el que pasa que las cosas pueden, pero no deben seguir así.

Siempre es bueno tomarse un tiempo para contemplar todo lo recibido, todo aquello que a veces lenta pero otras violentamente nos ha ido transformando, esas palabras, gestos, situaciones, sabores, olores y sonidos sin los que no seríamos quienes somos, y que nos abrieron a la posibilidad de ser parte de algo distinto. Contemplar lo que fue y lo que es, lo que pudo ser y no será, pero sobre todo lo que espera por ser consumado. Recordar todo esto hace posible que, ante la imposibilidad de encontrar un lugar propio en este mundo, en lugar de lamentarnos por el paraíso que perdimos, -aún el de los tiempos pasados en los que nada nos hacía falta y a los que renunciamos por una necesidad necia de sentirnos libres-, seamos capaces se amar y de sentirnos y sabernos amados, pues desde mi limitado horizonte de comprensión, es el amor lo que ha hecho posible que el final de esta Historia-Catástrofe aún esté por escribirse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario