Hace
pocos días circuló una noticia escandalosa: alrededor de siete sacerdotes de la
Arquidiócesis de Tijuana están siendo investigados por la Santa Sede debido a
acusaciones de pederastia. Aún no queda claro el asunto, pues la investigación corre
a manos de Roma y no del Ministerio Público, porque al parecer las
víctimas (que para bien o para mal han sido mantenidos en el anonimato) no
desean causar un mayor daño a la iglesia y sus sacerdotes. Como en otras ocasiones,
las autoridades eclesiásticas han intentado no hacer leña del árbol caído hasta
tener los resultados del proceso, pero una sanción de carácter meramente religioso
a un delito del orden civil, en un Estado laico y una sociedad en vías de
secularización, llega a parecerse más a una, diría mi mamá, “alcahuetería”, que
a una forma responsable de justicia, pues sería el equivalente a una familia sobreprotectora
donde, en acuerdo con el hijo más pequeño que fue agredido violentamente por su
hermano mayor en la escuela, prefiere que la única sanción que éste reciba sea
la de sus padres y no la de las autoridades escolares. Si esto es así, le daríamos
la razón a Iván Illich cuando afirmó en los años setenta que la iglesia
católica no estaba formando religiosos capaces de comportarse como adultos.
Pero
el problema más grave, en mi opinión, y que realmente espero que no se repita
en estos casos, es que debajo de la “discreción” con la que la iglesia católica
ha manejado muchas de estas situaciones (y aquí vale la generalización, porque
estos argumentos vienen tanto de clérigos como de laicos) subyace una lógica
perversa, de la cual posiblemente no somos conscientes: el mayor motivo de
alarma es el escándalo que habrá de producirse entre los fieles si se enteran
de estas faltas de sus sacerdotes, quienes hipotéticamente perderían la fe y abandonarían la iglesia. Es la misma lógica que se
condensa en el final de la película Batman: The Dark Kinght, cuando el
murciélago y el jefe de la policía acuerdan mantener en secreto los crímenes de
Harvey Dent, para evitar así el escándalo entre los ciudadanos de Gótica y el
fracaso del plan de seguridad, aunque por cierto, éstos habían mostrado la
suficiente madurez para no matarse entre sí durante el experimento de The
Joker. La mentira (aunque acostumbramos llamarle discreción) es preferible a
veces a una verdad que no estemos listos para manejar.
La
dimensión perversa de esta lógica se vuelve entendible si recurrimos a la noción
del Gran Otro de Jacques Lacan, esa
instancia superior ante la cual guaramos las apariencias aún cuando nos
encontramos solos. Pero en este caso, ese Otro
ante el cual clérigos y laicos guardaríamos las apariencias obviamente no es
Dios, pues la fe cristiana sostiene que éste todo lo ve y todo lo sabe. Ese
otro sería una figura fantasmal, que en nuestra imaginación es representada por
un creyente ideal, inocente, cuya fe habría que cuidar, y que el más mínimo
motivo de escándalo que le llevaría a dejar la iglesia. El problema es que ese Otro, como tal, no existe. Ese creyente
ideal no es un sujeto colectivo sino una multiplicidad de personas con diversas
trayectorias de vida y de fe, que de acuerdo con diversos estudios, vienen
abandonando en masa el catolicismo a pesar de los esfuerzos de la iglesia en
mantener una reputación intachable. Y en última instancia, calificar al
creyente promedio como inocente, ingenuo y vulnerable ¿no implica acaso
presuponer que los hijos de Dios son una suerte de eternos niños, incapaces de
cuidar por sí mismos de su fe? Estas figuras fantasmales han poblado la
historia del cristianismo desde hace siglos, siendo el mito del buen salvaje
uno de los ejemplos más evidentes, el problema es que esos Otros son los que finalmente nos autorizan a nosotros, en este caso, para callar.
Y
aquí es donde la perversidad de la lógica institucional queda en evidencia,
pues para cuidar la fe de ese creyente ideal, que no conocemos (y que como tal,
no existe), es necesario hacer callar a la víctima. Como han señalado Alberto Athié
y Fernando M. González, termina imponiéndose la lógica del sacrificio: vale más
que estas víctimas, sus historias y su voz queden en el olvido, a que de dárseles
un lugar, se caiga la casa de naipes de las masas católicas, que de enterarse
de las atrocidades de sus clérigos, perderían irremediablemente la fe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario