El
domingo pasado, mientras hacía mis lecturas
diarias para mí tesis uno de mis buenos amigos protestantes me envió el link de
un video donde la alcaldesa de su antigua ciudad de residencia, Monterrey, le
entregaba simbólicamente las llaves de la ciudad a “nuestro señor Jesucristo”.
Debido a los temas que investigo, la vieja idea de que los historiadores buscan
en el pasado las respuestas de sus interrogantes presentes se volvió obvia, al menos para mi caso. Al
día siguiente, cuando la noticia circulaba por diversos medios, mi hermano me
hizo llegar un segundo video, este grabado el año pasado en la ciudad de
Ensenada (por cierto, la segunda matria de mi amigo, de esas “coincidencias”
desagradables), donde el presidente municipal llevaba a cabo un acto simbólico
muy parecido, aunque éste con un poco más de teatralidad.
El tema no solo me resulta
interesante, sino también preocupante, pues de entrada, como señaló Roberto
Blancarte (a quien por cierto pude escuchar en el último encuentro de la
RIFREM), no son las iglesias las que están maquinando formas de infiltrarse en
el poder político, sino que son nuestros políticos los que están acudiendo a
los símbolos religiosos. La mayoría de los defensores del Estado laico han
rasgado sus vestiduras, denunciando que estos actos además de una
intransigencia, son una suerte de transgresión a la constitución y a los
principios liberales de nuestra nación, por lo que entregarle las llaves de una
ciudad a Jesús, o consagrar un estado al Sagrado Corazón, es algo así como
bailar sobre la tumba de Juárez y profanarla. La preocupación de muchos de mis
colegas es que dos de los actores protagónicos de la historia de México, cuyo
divorcio fue prolongado, doloroso pero necesario, ahora parecen encontrarse en
vías de reconciliación, por lo que estaríamos ante un gravísimo retroceso
histórico.
Si bien soy una suerte de
historiador católico de izquierda, y comparto la preocupación por el riesgo que
la “nuestra laicidad pública” (utilizando el término de Emile Poulat) corre
ante semejantes aberraciones, quiero proponer una lectura un tanto distinta de
estos acontecimientos: En el fondo no estamos ante algo tan nuevo, pues el acto
de sacralizar el poder político no es ninguna regresión histórica, sino una
práctica consustancial al Estado mexicano moderno desde su formación en el
siglo XIX. Lo novedoso radica en que, al emerger la idea de que nuestro país es
una nación multicultural, lo cual por cierto se dio de manera paralela al
desarrollo del actual concepto de laicidad, al Estado ya no le basta sacralizarse
por medio de esa religión civil que alguna vez se pensó, aglutinaría a todos
los mexicanos, sino que ahora debe hacerlo por medio de credos particulares,
que le darían legitimidad ante sectores específicos de la población. De ahí la
novedad de que el PRI, el PAN e incluso el PRD, que por mucho tiempo fueron
actores antagónicos en cuanto a su propuesta de una política religiosa,
recurran no solo al catolicismo, sino también a las confesiones evangélicas.
Nos encontraríamos entonces frente a un asunto más complejo de lo que pensamos,
donde tal vez valga la pena plantearnos nuevas preguntas, dirigidas no desde la
teleología nacionalista que el PRI nos inculcó durante nuestra educación
primaria, sino desde las nociones contemporáneas de ciudadanía, espacio público
y democracia.
En el fondo, lo que más me preocupa
no es que “los mochos” hayan llegado al poder, sino que las respuestas que
muchos de los sectores “progresistas” han y hemos dados es la de los apóstoles
de la nación que sienten que su “sagrada” constitución ha sido “profanada” por
los enemigos de la libertad. Quizá el mayor enemigo de un Estado laico no es
uno confesional, sino uno que necesita adherirse a la dicotomía de lo sagrado y
lo profano para legitimarse, y en ese sentido, se me ocurre que deberíamos
repensar nuestro ideal de laicidad, no como un logro histórico en peligro de
disolverse, sino como un ideal por construir, pues no debemos olvidarnos que
quienes le atribuyeron a Juárez esa hazaña fueron quienes inventaron al México
moderno, que por medio de prácticas antidemocráticas y de un régimen
autoritario de mantuvieron en el poder ininterrumpidamente por siete décadas, y
que hace mas o menos un año regresaron para quedarse. Supongo que durante mis “vacaciones”
seguiré escribiendo sobre el asunto.
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