domingo, 13 de enero de 2013

Adiós al silencio


El silencio casi siempre dice mucho. En ocasiones es el mayor pronunciamiento de indiferencia, conformidad, respaldo y sumisión que podemos externar. Otras veces es la única acción que podemos realizar cuando nos encontramos ante experiencias que simplemente no pueden ser contenidas en el lenguaje. Aquí aplica la frade de Wittgenstein: “De lo que no podemos hablar es mejor callar”.

Otras veces simplemente el “no hablar”, “no escribir”, “no decir” es porque así como hay momentos para expresar, inclusive para gritar, también los hay para callar. Ese ha sido mi caso en las últimas semanas; por alguna razón, pese a todo el cúmulo de experiencias y conocimientos de mi último año, simplemente me han salido pocas palabras, especialmente escritas. Ni sobre mi tesis, mis lecturas, viajes, deseos, mociones. Debo reconocer que extraño la soledad y el silencio de los EE.EE, aunque estoy consciente de que no son terapia individual ni grupal (aunque sé que muchos así los toman, igual y les es de provecho). Pero mi relativa preocupación va en direcciones que oscilan entre el pragmatismo académico (textos que terminar) y una mística contemplativa que para mi gusto raya en la inutilidad si se prolonga demasiado.

La muerte de la abuela, el velorio, el sepulcro y los novenarios, la muerte, la vida y las ideas soteriológicas con las que llevo años peleando en lo más profundo de mi cabeza. Los afectos que se reordenan y desordenan, comunidades frágiles y líquidas, un deseo profundo de servir y horas de discernimiento pendiente que habrán de posponerse hasta que las condiciones materiales deban cambiar. Es con esa intuición aprendida recientemente de no instalarme cómodamente en ningún lugar que he reconocido el sentido del peregrinaje, pues aún siendo capaces de ubicar lo sagrado o lo numinoso en un sitio específico no es correcto quedarnos a vivir en éste, pues nuestro hogar muchas veces está en el mundo y al mismo tiempo en ningún lugar específico.

Lo difícil en ocasiones es romper con el silencio, más cuando aparentemente no se tiene nada que decir. Es por eso que escribo en esta ocasión, para convencerme a mí mismo que llego la hora de romper ese silencio que al principio es necesario, pero termina volviéndose una manera cómoda de evadir aquello que nos toca hacer. Ya habrá tiempo de caminar en otras direcciones, y nuevos sitios a los cuales regresar cíclicamente para descansar.

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