martes, 23 de diciembre de 2014

El verdadero giro de Francisco


Una de las herencias más jóvenes y al mismo tiempo pesadas del catolicismo de mediados del siglo XX fue su obsesión con la biopolítica, es decir, con su esfuerzo por valerse de normas eclesiásticas y civiles para controlar el uso de los creyentes y no creyentes sobre su cuerpo y sexualidad. Temas como el aborto, la homosexualidad o el papel de la mujer en la sociedad no son tabús para esta iglesia, por el contrario, son tópicos recurrentes a los que se les inviste con un carácter sacro y de “ley natural”, y banderas para la participación política más reaccionaria; pero no caigamos en trampas ideológicas, la obsesión con la pureza del cuerpo y la rectitud de la moral sexual no son una parte intrínseca del cristianismo. Tomás de Aquino decía que el alma entraba a los 3 meses al cuerpo del embrión, y durante toda la Edad Media se celebró numerosas veces el ritual llamado adelfopoiesis (o como John Boswell llama, las bodas de la semejanza). Durante el período de la Nueva España, la promiscuidad y la sexualidad activa de clérigos y laicos era algo común, pues bastaba con recurrir al sacramento de la penitencia para borrar los pecados de la carne. No es sino con la aparición de la ciencia moderna en el siglo XIX que apareció el término homosexual (en el lenguaje teológico se hablaba de sodomía y se condenaba una práctica, no se patologizaba a una persona), y no es sino hasta entrado el siglo XX que el catolicismo, aliado muchas veces con sus acérrimos enemigos que originados en la religión americana se obsesionó con estos asuntos, posiblemente porque el surgimiento de los Estados nacionales modernos, especialmente el italiano, le quitaron la posibilidad de hacer política de la manera tradicional. Así, en México, las energías de las movilizaciones católicas que comenzaron a gestarse a finales del porfiriato y que fueron capaces de alterar considerablemente el curso de la primera revolución del siglo XX terminaron canalizadas, desde los años 40, a la defensa de la moral y de las buenas costumbres.
                Pero hay cosas que están cambiando, y quizá de manera más rápida de lo que pensamos. A apenas un año de la elección del primer obispo de Roma jesuita y latinoamericano, Francisco ha demostrado que lo suyo no es la biopolítica sino la geopolítica, en el sentido más literal del término. El sínodo de la familia y esos tópicos espinosos que amenazan la unidad de la iglesia se han quedado cortos frente al que seguramente será el gran logro de Bergoglio: su mediación en la reanudación de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba.
                Hoy nos encontramos iniciando un proceso homólogo al de la Guerra Fría, aunque no estoy seguro si se trata de una continuación del mismo o de un enfrentamiento nuevo. Sin embargo, pareciera que Bergoglio mostró una habilidad aún mayor que la de su predecesor Wojtyia con respecto al segundo mundo, pues en lugar de condenar un bando y aliarse al otro, invitó a ambas partes a negociar, es decir recuperó el centro ideológico que la Doctrina Social de la Iglesia ocupó con su surgimiento a finales del siglo XIX y perdió durante el XX. Pero no seamos ingenuos, el acercamiento de Obama y Castro obedece a más que buena voluntad de ambas partes. Me atrevo a decir que Cuba es hoy para Estados Unidos lo que Crimea es para Rusia, solo que con sus respectivos matices de civilización y barbarie. Putin ocupó una región que históricamente le ha pertenecido a Rusia por medio de las armas y nadie lo detuvo, mostrándole así a la UE y a la OTAN que es el brazo armado del bloque económico y geopolítico que hoy puede disputarle la hegemonía: los BRICS. Y como buen heredero de la tradición zarista y soviética, aseguró un muro de contención entre la Madre Rusia y su enemigo occidental, un muro que después de la Segunda Guerra Mundial fue mucho más ancho, pues estuvo formado por Europa del Este, el cual cayó, entre otras cosas, con la ayuda de un papa polaco.
La relación de EU con Cuba no es muy distinta, no hay que olvidar su participación en la independencia de esta isla de España, y que tras esto se convirtió en una suerte de protectorado con un casino de la selva incluido. De hecho había poco de comunismo en Castro cuando inició la famosa revolución antiimperialista; fue la hostilidad estadounidense y la polarización de la Guerra Fría lo que le llevó a convertirse en una potencial amenaza al lado, y en 1963 estuvo al borde de desatar una tercera guerra mundial. En estos meses, la influencia de Rusia y China han comenzado a extenderse al continente americano, especialmente hacia Sudamérica… Brasil, Venezuela, Bolivia, Argentina… Estos gobiernos de izquierda se han convertido en el área de oportunidades para las grandes economías emergentes, que ansiosos por construir una alternativa al modelo neoliberal y estadounidense están comenzando a pactar con el diablo. No perdamos de vista que aunque los grupos neofascistas son el gran enemigo de Putin en Ucrania, son los aliados que está financiando para oponerse a la UE en Francia, Alemania y Hungría. En este contexto, y sumándole que el primer presidente afroamericano en Estados Unidos se encuentra en los menores niveles de aprobación pública desde hace más o menos medio siglo, habría que ubicar el acercamiento hacia Cuba.
Pese a que ante un escenario geopolítico tan complejo el papel mediador de Francisco pudiera parecer mínimo, no habría que despreciarlo tan a la ligera. Con Cuba, el Vaticano se acercó a Washington ¿Y Moscú? Durante una larga conferencia de prensa, Vladimir Putin justificó la ocupación de Crimea por ubicar en esta región los orígenes históricos y cristianos de Rusia,  y su cercanía a la iglesia ortodoxa ha sido evidente. Recordemos que así como Roma era la defensa de la cristiandad occidental durante el Medioevo y la modernidad, la Madre Rusia fue lo suyo con respecto al cristianismo oriental desde la caída de Constantinopla, y que uno de los mayores gestos de acercamiento del obispo de Roma ha sido para con los patriarcas de las iglesias orientales. Así, aunque la iglesia católica pierde cada vez más fieles y enfrenta que sus mayores amenazas de destrucción no vienen de fuera sino de sí misma, es posible que juegue un papel político más vital de lo que nos imaginamos en un mundo que no terminamos de entender.

Y para el caso mexicano, pese a que en muchos casos la estructura eclesiástica se comporta como una suerte de muerto viviente, que no sabe que está muerto pero huele a cadáver, han sido figuras públicas como Alejandro Solalinde, Raúl Vera o Fray Tomás González quienes, con toda su humanidad y defectos, y de la mano con miles de otros clérigos y laicos, han asumido la que en un mundo posmoderno pareciera ser la última de las grandes causas que podrían, al menos potencialmente, guiar un proyecto colectivo de emancipación: los derechos humanos. Tal vez el futuro del catolicismo no esté en que los creyentes amen a su iglesia y se pregunten qué pueden hacer para salvarla, sino en cómo desde ella es posible abrirle un espacio a todos esos para los que la promesa de un mundo justo e igualitario es cada vez más difícil siquiera de imaginar.

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