domingo, 9 de septiembre de 2018

Siempre es otoño

Es domingo por la mañana. Tomé café y comí algunas nueces y almendras. No tengo mucha hambre. Anoche salí con mi exnovia de la prepa. Dentro de no mucho tiempo habremos cumplido 15 años de conocernos. En un par de semanas iremos a un concierto. Quisiera pensar que es una amistad que he sabido cuidar.
Mi hermano y mi mamá platican en la cocina. Hablan sobre gente que cruza a Estados Unidos ilegalmente, y cómo ese proceso es más difícil para los centroamericanos. Mientras, de fondo, suena música de trío. Yo platico por whatsapp con Pahola sobre las próximas entrevistas de mi investigación en curso, y sobre sus clases de historiografía en la Ibero. La sala está oscura, entra poca luz. Apenas se ilumina el cuadro de un paisaje, pintado sobre terciopelo negro por mi papá hace unos 40 años. Hay otro cuadro, iluminado por la luz de la cocina y el comedor. Es un Ecce Homo, pintado también sobre terciopelo. En su conjunto, ambas imágenes transmiten un poco del pasado de mi familia, un pasado que se ha ido para siempre, pero que de pronto irrumpe por medio de recuerdos, de objetos, de algunas pláticas.

Entre muebles, cuadros viejos, pláticas sobre la frontera, historias de las religiones y un aire fresco que anuncia la llegada del otoño, paso la mañana de este domingo, un día que por muchos años estuvo consagrado a ir a misa, y luego, a reunirme con otros jóvenes católicos. No estoy seguro de estar en casa, porque ya no se parece tanto a la casa que recuerdo, pero al menos, hay un acto de hospitalidad de mi familia de recibirme acá, luego de 3 años de ausencia. Mientras, esperamos la próxima estación del año, la que solemos asociar con la vejez, la nostalgia y la melancolía. Entonces recuerdo algo que hace unos días le dije a alguien: para mí, siempre es otoño. Tal vez por eso terminé siendo historiador…

No hay comentarios:

Publicar un comentario