miércoles, 7 de agosto de 2013

Homo sacer. Algunas reflexiones...

De acuerdo con el filósofo italiano Giorgio Agamben, en el derecho romano existía un concepto oscuro que se utilizaba para designar a la vida desnuda, es decir, a la vida de seres que aunque eran humanos, no se les consideraba tales, y por lo tanto, se encontraban en la posibilidad de ser asesinados sin que el verdugo respondiera ante la justicia por ello. Esta noción de una vida impersonal, de vidas de sujetos sin nombre, los cuales brindan la posibilidad de operar sobre ellos como si fueran cosas o animales, y sin remordimiento ético alguno, ha estado presente desde los orígenes de la civilización occidental, que desde la antigua Grecia, cuna de la democracia, ha encontrado la manera de separar y clasificar de manera jerárquica a las personas de las no personas.
                Seguramente muchos de nosotros pensamos en los horrores del Holocausto como la referencia más contemporánea a este tipo de acciones, pero muy probablemente estén más cerca de lo que podríamos imaginarnos. En un episodio de los Simpson, en el que Homero se convierte accidentalmente en la Muerte (la casa del terror 14, para ser exactos), es invitado por Lisa a la escuela, a una clase en la que debía presentar ante sus compañeros la profesión de su papá; la maestra pregunta a los niños ¿alguien quiere ver al señor Simpson cosechando un alma? Y todos responden entusiasmados que sí. Entonces la profesora hace pasar al aula a un vagabundo, y cambiando de escena, se escucha cómo la parca hace su trabajo, ante el aplauso de los alumnos. Las referencias en esta serie animada al nulo valor que en la sociedad estadounidense tiene la vida de los vagabundos son numerosas, no obstante, existen otros ejemplos con los que quizá podemos sentirnos más identificados.
                Pienso que es esta idea la que ha vuelto tan exitosas las películas, series y videojuegos de zombies. Finalmente son seres vivos, en tanto que están animados y pueden ser asesinados, pero al mismo tiempo no son personas, sino seres que para la sociedad ya están muertos, de manera que es posible, necesario, y según las tramas de este tipo de cine, imperativo, que se ejerza sobre ellos la más despiadada violencia, sin riesgo de que el héroe sienta simpatía alguna por ellos. ¿Hay algo más divertido que la obscena posibilidad de matar sin remordimiento alguno?
                Pero el homo sacer no puede ser desligado de las políticas que buscan salvaguardar la integridad y seguridad de las personas que sí son personas. El exterminio de los pueblos nativos de América del Norte podría ser uno de los primeros ejemplos de una política binacional compartida por México y Estados Unidos para poner solución al problema de los apaches y otros molestos intrusos que amenazaban con irrumpir el orden civilizatorio que avanzaba, en el caso estadounidense hacia el oeste, y en el mexicano, hacia el norte. Quizá el género western no sea tan claro con ello como las anécdotas decimonónicas del estado de Chihuahua, donde el gobierno pagaba en efectivo por cada cabellera de apache que se les llevara, o las mismas guerras por el río Yaqui, de las que habría de surgir una generación de militares porfiristas que años más tarde gobernarían el país, y le darían forma al México moderno.
                Tal vez los ejemplos como recientes los bombardeos realizados por drones en medio oriente, el debate posterior al 9-11 sobre la legalización de la tortura, o el surgimiento de un arte marcial en Israel con el que el ciudadano promedio pueda lesionar a un potencial agresor palestino sean pertinentes, aunque tienen el riesgo de señalar la paja en el ojo ajeno, aún en el del imperio, y no ver la viga que atraviesa el nuestro.
¿Qué hay de la guerra contra el narco en nuestro país? Tanto el gobierno como muchos ciudadanos han repetido hasta el cansancio, y tranquilizado sus conciencias, que los miles de muertos durante el sexenio pasado y lo que va del actual han sido principalmente de narcos, sicarios, mangueras, policías corruptos y/o gente que andaba en “malos pasos”… Esta era y sigue siendo la respuesta automática para no abrir investigaciones, o para justificar las múltiples violaciones de los DDHH que se han cometido. No importa que haya muertes, secuestros o torturas, siempre y cuando sean los malos… Algo similar, aunque tal vez no tan cínico ocurre con los migrantes centroamericanos, y de una manera mucho más descarada con las prostitutas. En los días recientes se llevó a cabo un desalojo masivo del canal del río Tijuana, en el que viven muchas de estas personas que son tratadas como los deshechos de la modernidad, citando a un colega. Hace años pude conocer a una mujer a quien admiro bastante que se ha dedicado a retratarlos, no como cosas, sino como personas, y ha logrado, por medio de la fotografía, ponerle rostro y nombre a estos portadores de la vida desnuda. Yo a ellos no los conozco, pero sí he podido convivir, gracias a los miembros de una iglesia metodista, con algunos que viven en el canal del río Alamar, cerca de la central camionera, y puedo decir que hablar y compartir el pan con ellos no es muy diferente que hacerlo con mis compañeros de clase, de trabajo, alumnos, o familiares. De igual manera, algunos excompañeros de la primera y secundaria forman parte de esos homo sacer que, o están en la cárcel, o un día pueden sumarse a las estadísticas de los costos humanos de nuestra exitosa política de seguridad.
Quizá en el fondo lo que hay que pensar no es cómo mantener a raya a estos intrusos en el orden civilizatorio que nos asustan y nos repugnan, ni verlos como unas cuantas excepciones de la regla, que por falta de esfuerzo o de valores familiares han terminado con vidas así. Probablemente ellos son parte inherente de nuestra civilización, de un orden autoritario, obsceno e inhumano, que necesita de una figura como el homo sacer para afirmarse a sí mismo, y para descargar sobre alguien toda la violencia que ante las personas que si son personas tiene prohibido hacerlo. Vale la pena recuperar una de las reflexiones más agudas de Agamben ¿Y si todos fuéramos Homo sacer? ¿Y si todas nuestras vidas pudieran ser tratadas de manera impersonal por las biopolíticas de los Estados modernos? Y extrapolándolo a nuestra realidad más inmediata ¿Qué sucede cuando el asesinato o secuestro de algún familiar nuestro queda impune con la excusa de que estaba vinculado al crimen organizado? ¿Eso hace más ligera la pena? ¿Qué sucede si nuestra novia o hermana es violada y asesinada, y las autoridades encargadas del caso dicen que ella se lo buscó por traer una minifalda o andar sola a altas horas de la noche?

Como académico se que cometo un crimen imperdonable al citar un texto del que no recuerdo ni el autor ni la fuente, pero cuanto cursaba la materia de historia del arte en la licenciatura, recuerdo haber leído un fragmento de un filósofo griego que, tras un incendio que había consumido varias vidas humanas, miraba fijamente los restos quemados de varios cadáveres; alguien se acercó y le preguntó en qué pensaba, y este respondió algo así como: intento encontrar la diferencia entre los restos de un hombre libre y los de un esclavo, y no logro ver ninguna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario