De acuerdo con el filósofo
italiano Giorgio Agamben, en el derecho romano existía un concepto oscuro que
se utilizaba para designar a la vida desnuda, es decir, a la vida de seres que
aunque eran humanos, no se les consideraba tales, y por lo tanto, se
encontraban en la posibilidad de ser asesinados sin que el verdugo respondiera
ante la justicia por ello. Esta noción de una vida impersonal, de vidas de
sujetos sin nombre, los cuales brindan la posibilidad de operar sobre ellos
como si fueran cosas o animales, y sin remordimiento ético alguno, ha estado
presente desde los orígenes de la civilización occidental, que desde la antigua
Grecia, cuna de la democracia, ha encontrado la manera de separar y clasificar
de manera jerárquica a las personas de las no personas.
Seguramente
muchos de nosotros pensamos en los horrores del Holocausto como la referencia
más contemporánea a este tipo de acciones, pero muy probablemente estén más
cerca de lo que podríamos imaginarnos. En un episodio de los Simpson, en el que
Homero se convierte accidentalmente en la Muerte (la casa del terror 14, para
ser exactos), es invitado por Lisa a la escuela, a una clase en la que debía presentar
ante sus compañeros la profesión de su papá; la maestra pregunta a los niños ¿alguien
quiere ver al señor Simpson cosechando un alma? Y todos responden entusiasmados
que sí. Entonces la profesora hace pasar al aula a un vagabundo, y cambiando de
escena, se escucha cómo la parca hace su trabajo, ante el aplauso de los
alumnos. Las referencias en esta serie animada al nulo valor que en la sociedad
estadounidense tiene la vida de los vagabundos son numerosas, no obstante,
existen otros ejemplos con los que quizá podemos sentirnos más identificados.
Pienso
que es esta idea la que ha vuelto tan exitosas las películas, series y
videojuegos de zombies. Finalmente son seres vivos, en tanto que están animados
y pueden ser asesinados, pero al mismo tiempo no son personas, sino seres que
para la sociedad ya están muertos, de manera que es posible, necesario, y según
las tramas de este tipo de cine, imperativo, que se ejerza sobre ellos la más
despiadada violencia, sin riesgo de que el héroe sienta simpatía alguna por
ellos. ¿Hay algo más divertido que la obscena posibilidad de matar sin
remordimiento alguno?
Pero
el homo sacer no puede ser desligado de las políticas que buscan salvaguardar
la integridad y seguridad de las personas que sí son personas. El exterminio de
los pueblos nativos de América del Norte podría ser uno de los primeros
ejemplos de una política binacional compartida por México y Estados Unidos para
poner solución al problema de los apaches y otros molestos intrusos que
amenazaban con irrumpir el orden civilizatorio que avanzaba, en el caso
estadounidense hacia el oeste, y en el mexicano, hacia el norte. Quizá el
género western no sea tan claro con ello como las anécdotas decimonónicas del
estado de Chihuahua, donde el gobierno pagaba en efectivo por cada cabellera de
apache que se les llevara, o las mismas guerras por el río Yaqui, de las que
habría de surgir una generación de militares porfiristas que años más tarde
gobernarían el país, y le darían forma al México moderno.
Tal
vez los ejemplos como recientes los bombardeos realizados por drones en medio
oriente, el debate posterior al 9-11 sobre la legalización de la tortura, o el
surgimiento de un arte marcial en Israel con el que el ciudadano promedio pueda
lesionar a un potencial agresor palestino sean pertinentes, aunque tienen el
riesgo de señalar la paja en el ojo ajeno, aún en el del imperio, y no ver la
viga que atraviesa el nuestro.
¿Qué hay de la
guerra contra el narco en nuestro país? Tanto el gobierno como muchos
ciudadanos han repetido hasta el cansancio, y tranquilizado sus conciencias,
que los miles de muertos durante el sexenio pasado y lo que va del actual han
sido principalmente de narcos, sicarios, mangueras, policías corruptos y/o
gente que andaba en “malos pasos”… Esta era y sigue siendo la respuesta
automática para no abrir investigaciones, o para justificar las múltiples
violaciones de los DDHH que se han cometido. No importa que haya muertes,
secuestros o torturas, siempre y cuando sean los malos… Algo similar, aunque tal
vez no tan cínico ocurre con los migrantes centroamericanos, y de una manera
mucho más descarada con las prostitutas. En los días recientes se llevó a cabo
un desalojo masivo del canal del río Tijuana, en el que viven muchas de estas
personas que son tratadas como los deshechos de la modernidad, citando a un
colega. Hace años pude conocer a una mujer a quien admiro bastante que se ha
dedicado a retratarlos, no como cosas, sino como personas, y ha logrado, por
medio de la fotografía, ponerle rostro y nombre a estos portadores de la vida
desnuda. Yo a ellos no los conozco, pero sí he podido convivir, gracias a los
miembros de una iglesia metodista, con algunos que viven en el canal del río
Alamar, cerca de la central camionera, y puedo decir que hablar y compartir el
pan con ellos no es muy diferente que hacerlo con mis compañeros de clase, de
trabajo, alumnos, o familiares. De igual manera, algunos excompañeros de la
primera y secundaria forman parte de esos homo sacer que, o están en la cárcel,
o un día pueden sumarse a las estadísticas de los costos humanos de nuestra
exitosa política de seguridad.
Quizá en el
fondo lo que hay que pensar no es cómo mantener a raya a estos intrusos en el
orden civilizatorio que nos asustan y nos repugnan, ni verlos como unas cuantas
excepciones de la regla, que por falta de esfuerzo o de valores familiares han
terminado con vidas así. Probablemente ellos son parte inherente de nuestra
civilización, de un orden autoritario, obsceno e inhumano, que necesita de una
figura como el homo sacer para afirmarse a sí mismo, y para descargar sobre
alguien toda la violencia que ante las personas que si son personas tiene
prohibido hacerlo. Vale la pena recuperar una de las reflexiones más agudas de
Agamben ¿Y si todos fuéramos Homo sacer? ¿Y si todas nuestras vidas pudieran
ser tratadas de manera impersonal por las biopolíticas de los Estados modernos?
Y extrapolándolo a nuestra realidad más inmediata ¿Qué sucede cuando el
asesinato o secuestro de algún familiar nuestro queda impune con la excusa de
que estaba vinculado al crimen organizado? ¿Eso hace más ligera la pena? ¿Qué sucede
si nuestra novia o hermana es violada y asesinada, y las autoridades encargadas
del caso dicen que ella se lo buscó por traer una minifalda o andar sola a
altas horas de la noche?
Como académico
se que cometo un crimen imperdonable al citar un texto del que no recuerdo ni
el autor ni la fuente, pero cuanto cursaba la materia de historia del arte en
la licenciatura, recuerdo haber leído un fragmento de un filósofo griego que,
tras un incendio que había consumido varias vidas humanas, miraba fijamente los
restos quemados de varios cadáveres; alguien se acercó y le preguntó en qué
pensaba, y este respondió algo así como: intento encontrar la diferencia entre los
restos de un hombre libre y los de un esclavo, y no logro ver ninguna.
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